martes, 24 de mayo de 2016

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RETIRO CUARESMAL 2014



El día 29 de marzo de 2014, en el Colegio San Miguel del Rosario, nos reunimos un grupo de laicos para tener una mañana de retiro espiritual como una reflexión enmarcada en la Cuaresma y preparación a la Pascua.

La Jornada estuvo orientada por Hermana María Helena Nicholls, nuestra coordinadora y el Pbro William Acosta Capellán del Colegio y párroco de la Iglesia del Rosario. Se muestra la guía que seguimos durante la mañana, para culminar con la Bendición del Santísimo, después de la Adoración Eucarística y las reflexiones de fondo.


PROGRAMA RETIRO CUARESMAL 2014
FRATERNIDAD DE LAICOS DOMINICOS DE LA PRESENTACION BARRANQUILLA
29 DE MARZO 2014
COLEGIO SAN MIGUEL DEL ROSARIO
COORDINADORES: HNA MARIA HELENA NICHOLLS, PADRE WILLIAM ACOSTA PERALTA


1.       8:00 EUCARISTIA CON LA COMUNIDAD DE HNAS DEL COLEGIO

2.       8:45 REFLEXION A CARGO DE HNA MARIA HELENA NICHOLLS

3.       9:30 INTERVENCION DEL PADRE WILLIAM ACOSTA PERALTA

4.       10:00 RECESO – REFRIGERIO

5.       10:15 TALLER DIRIGIDO POR EL PADRE WILLIAM ACOSTA PERALTA

6.       10:45 PLENARIA

7.       11:00 ADORACION EUCARÍSTICA – HORA SANTA ( Durante este espacio el Padre estará disponible para confesar a quienes lo desean )

8.       12:00 BENDICION DEL SANTISIMO – DESPEDIDA



RECOMENDACIONES:
·         La puntualidad para que aprovechemos todo el programa del retiro
·         Traer leído el material que se anexa en el mensaje
·         Traer la Biblia para realizar el taller y libreta de apuntes
·         Prepararse para participar por grupitos con alguna reflexión en la Hora Santa.






MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)




Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conois la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Astol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo?
¿Q nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descenden medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vac, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «traba con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró
con voluntad de hombre, acon corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el
pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.  Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la gica de Dios, la lógica del amor, la gica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga
que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3,
8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Q es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor

lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunindonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar
ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su yugo llevadero, nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).

Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este camino de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.

A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los
abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las
riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del
vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía!
¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria
por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta

forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera.

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano es llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueccon su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos ha bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir



JESUCRISTO, CAMINO, LUZ Y META DEL PROCESO CUARESMAL

CITeS - RETIRO DE CUARESMA 2011




AMBIENTACN

El título que hemos elegido este año para nuestro retiro de Cuaresma es sumamente rico e iluminador. Normalmente al hablar de la Cuaresma nos referimos a un tiempo con un carácter fuertemente penitencial, que se inspira en esos 40 días pasados por Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública.

Pero, en realidad, son los casi 3 años de actividad pública lo que verdaderamente le sirve a Cristo de preparación para vivir su misterio pascual.

Y  si algo  caracteriza ese tiempo es su estar siempre en camino. Recorrió los caminos de Israel, se manchó de su polvo y de su barro, se sometió a las inclemencias del tiempo, y sufrió los riesgos del aventurero. Pero su afán no fue el caminar, sino el entrar en el camino de las gentes, para ayudarles a encontrar la verdadera vía, para ser luz que alumbra en las tinieblas, para ser él mismo el camino y la meta de todos los desorientados.

Y este tiempo de Cuaresma debería ser una oportunidad, como la que Dios nos ofrece cada día, para reencontrarnos con ese Cristo: en el camino de nuestra vida, en los momentos en que nos asalta la sed, cuando ya no tenemos luz y nuestros ojos están cerrados…

Pero encontrarle a él implica un modo nuevo y diferente de vivir. Los personajes con los que él se encont nos lo dicen: la samaritana anuncia a sus conciudadanos la presencia del Mesías, ese Mesías que se convierte él mismo en el buen samaritano”, que se detiene a ayudar a cuantos encuentra en su camino, a los que están sedientos, a los que no ven...

¿Qué es, entonces la Cuaresma? ¿Cuál es nuestra mejor preparación para vivir la Pascua? ¿Ayunos, oraciones, penitencias? ¿O poner los ojos en él: dejarnos iluminar con su presencia y dejarnos encontrar por él? Somos invitados todos a acercarnos al pozo de nuestra  sed  insaciable  para  encontrarle  a  él:  somos  invitados  a  reconocer  nuestra ceguera y gritarle a su paso por el camino para que él nos abra los ojos; somos invitados a seguirle y a vivir como él, imitando el ejemplo del buen samaritano”.

Siempre los humanos- terminamos queriéndolo controlar todo, hasta el seguimiento de Cristo y la búsqueda de Dios. Pero ha llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores del Padre lo serán en espíritu y verdad. Es el anuncio liberador de Cristo a la samaritana y a todos nosotros. Sigue siendo Él el único capaz de abrirnos los ojos, de ser nuestra luz, de ser quién nos impulse a ayudar a nuestro prójimo.



REFLEXIÓN 1ª:




EL ICONO DE LA SAMARITANA: Jesucristo en el camino de nuestra cuaresma



(Iniciamos con la audición-visión del episodio narrado de la Samaritana Jn 4)

De todos es de sobra conocido el texto evangélico de la Samaritana (Jn 4). Un texto sumamente sugerente y confeccionado con gran inteligencia por el evangelista San Juan. Sabemos que se trata de un diálogo ejemplarmente pedagógico, a través del cual Jesús pretende guiar a la samaritana al reconocimiento de su verdad y de la grandeza del Dios que se le está regalando y que ella aún es incapaz de ver.

Estdlogo  ha  servido, también, de inspiración a tantos hombres y mujeres seguidores de Cristo, aunque quizás destacan con más fuerza las mujeres que han sabido empatizar mejor con cuanto la Samaritana estaba viviendo. Podríamos mencionar a Teresa de Jesús y a la Madre Teresa de Calcuta. Para nuestra Santa la petición de la Samaritana, así como ese situarse en la escena del pozo, fueron una oración recurrente: “Señor, dame de esa agua”.

En nuestros tiempos tenemos el claro ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta, que al igual que Teresa de Lisieux, descubre en la doble petición de agua (la de Jesús a la Samaritana, y la de la Samaritana a Jesús) el motivo y razón de ser de su vida y servicio a los más pobres, y de su entrega a la oración: camino para comenzar a escuchar en el corazón esa petición de Jesús de que tiene sed

Podríamos citar otros muchos ejemplos que podrían, sin duda, ayudarnos mucho en nuestra reflexión. Ya el simple gesto de leer pausadamente el texto y colocarnos una vez (o más) en el lugar de la Samaritana, y otra vez en el lugar de Jesús, nos ofrecería tantas conclusiones para nuestra vida de relación con Él, y nuestra tarea de cómo acompañar a los otros en el descubrimiento de Dios.

Desde ambas perspectivas he querido situarme para llevar a cabo esta reflexión. Que cada uno se aproveche de lo que mejor le venga… Pero siempre estará ahí el Jesús que no se cansa de esperarnos en el pozo.




1. Jesús en su camino se acerca a la Samaritana ( se acerca a mí)





Es sumamente significativo, desde la perspectiva desde la cual nos acercamos a este texto, constatar que JESUS CAMINO, precisamente hace un alto en su camino en tierras de Samaría, junto al pozo de Jacob. La escena que se desarrollará en este lugar no es  algo  casual,  sino  algo  buscado  intencionadamente  por  Jesús.  Y no se  detiene en cualquier tierra, sino en un lugar considerado como tierra de paganos”, de impuros,… es

decir, un lugar a evitar, o a pasar lo más pidamente posible. Ya este solo gesto nos habla  mucho  de  Jesús:  un  hombre  que  no  se  deja  condicionar  por  categorías  ni humanas, ni religiosas-, y que como se subrayará después- está solo interesado en la “persona”… y por ella renuncia absolutamente a todo. Sin duda, una actitud que debe hacernos mucho pensar, especialmente a los que nos designamos a nosotros mismos como religiosos, cristianos, católicos ( es decir, los puros, los santos, los salvados…. frente al resto…)

Hoy en día, no hay que ir demasiado lejos para encontrarnos con tantos “samaritanos” considerados perdidos, maldecidos, condenados… -claro, desde el punto de vista de los fieles a la Iglesia- ¡Cuántos comentarios de desprecio hay en nuestros ambientes contra el laicismo, los ateos, los musulmanes,… en definitiva, contra los que no piensan como nosotros! Quizás, sin querer, pero de hecho se crea esa mentalidad de separación.

Subrayo esta realidad porque hace aún más actual el episodio que estamos reflexionando, y que nos ayuda a descubrir que el camino de Jesús sigue pasando por Samaría, y por lo tanto, también el nuestro. Nos toca abajarnos al lenguaje y a la realidad del mundo –sin condenarla- para poder iluminarla, tal como vemos que hace Jesús con la Samaritana y con cada uno de nosotros (¡por desgracia, hoy condenamos antes de comenzar a dialogar o a tratar de comprender!)




2. -El Icono de la Samaritana reproduce muy bien la pedagogía que Jesús lleva con cada uno de nosotros si nos acercamos al pozo




Ya hemos dicho que Jesús se para en una tierra no grata a los judíos. Pero el lugar concreto tiene aún una fuerza simbólica mayor. Se habla del pozo de Jacob, es decir de un lugar que –a pesar de todo- está ligado a la Historia de la Salvación, y a uno de los personajes importantes. El hecho de tratarse de un pozo, significa que es, además, un lugar al que acuden todos los que tienen sed. Y el agua es, un bien necesario y precioso.

El lugar donde Jesús espera está marcado por esos dos elementos que reúnen en un mismo mbolo (el pozo) las dos esferas complementarias de la vida del hombre: el agua que sacia la sed del cuerpo, y la salvación o elección divina, que sacia la sed del alma. El lugar ya es una instigación contra el dualismo.

Jesús se planta en ese punto o eje cardinal del camino. Su intención no es solo la de descansar, sino la de poder ofrecer el agua verdadera que puede saciar la sed en el camino de la vida.

Sería muy importante que cada uno identificase cuál es ese pozo” donde se
dirige para sacar el agua que –al menos momentáneamente- pueda saciar su sed.

-La Persona escogida, también lleva una carga simbólica profunda: una mujer samaritana (en cuanto samaritana excluida” del pueblo Elegido y en cuanto mujer despreciada por la sociedad y desconocedora de su propia dignidad y sed). El reto de Jesús aquí será triple y, por lo tanto, más complicado: rescatar a la persona en esa triple dimensión relacional que la constituye en relación con los otros, consigo misma y con Dios. Y todo el diálogo parece seguir esa pauta: la llevará a ir superando esa triple barrera que dificulta el encuentro y la apertura a la verdad.

Cualquiera puede llegar a identificarse con esta mujer. Hay muchos elementos que, en el fondo, nos tocan a todos: sentirnos excluidos por algo, no aceptar nuestra historia, nuestra squeda continua de satisfacciones, nuestro permanecer encerrados en conceptos sobre Dios, o en tradiciones, normas, costumbres…. (el otro es siempre el “enemigo”, el diferente), nuestra sed profunda, muchas veces no reconocida,… nuestra squeda de intereses (incluso cara a Dios), nuestra búsqueda de seguridades, miedos, etc….




3.- En el camino Jesús nos va enseñando a confrontarnos con nuestra verdad (el camino que hace Jesús con la Samaritana)

a. ACTITUD DE JESUS: (LO QUE JESÚS ME OFRECE EN EL CAMINO)




Centrar la mirada en el modo de actuar y comportarse Jesús con la Samaritana, también puede servirnos como ayuda para identificar en qué manera Jesús se está dirigiendo a mí, o qué aspectos de mi vida quiere iluminar.

-En el episodio descubrimos a Jesús que  busca las condiciones ideales para que el diálogo con la samaritana pueda dar fruto: así la condición necesaria parece ser la intimidad personal, el cara a cara, sin público. (ya Jesús se había encargado de mandar a sus discípulos que se fueran). Aquí podemos también plantearnos lo que Teresa de Jesús nos enseña: que ese espacio de intimidad que Jesús nos ofrece está en nuestro interior, en la oración.

-Es Jesús es que toma la iniciativa, el que se humilla y abaja: Dame de beber”. Jesús quiere hacer que el otro se sienta protagonista, necesario, imprescindible. Ese “dame de beber” que conlleva, además, un recordar a la persona su llamada a participar como imagen de Dios en la marcha de la creación. Será, tambn, el grito de Jesús en la Cruz: Tengo sed”… Ahora queda saber si la Samaritana y cada uno de nosotros escuchamos esa voz y estamos dispuestos a responderla.

-Jesús quiere ir al fondo de la cuestión. En el fondo no le interesa quedarse en una realidad material, por muy imprescindible que sea (agua), sino que quiere adentrarse en otro espacio, en otro pozo, en otro agua. Su verdadero interés es que la Samaritana descubra y conozca qun es Él y cuál es el don de Dios que se le está ofreciendo.

-Frente a la ceguera de la Samaritana, Jesús demuestra paciencia; y le ofrece una ulterior explicación: no razonamiento, sino constatación de la diferencia entre lo material (el agua que da sed) y lo espiritual (el agua que se convierte en fuente)

-Frente a la petición interesada de la Samaritana (dame de esa agua) (¡una fe basada en el interés y beneficio personal!), Jesús la lleva hacia algo mucho más importante para su vida (¡el primer gran milagro!): que la Samaritana reconozca su verdad, es decir, que reconozca su vida sedienta: una squeda nunca saciada…. El habla de la sed de la vida. Y solo reconociendo su sed esencial y existencial” es capaz de abrirse a lo que Jesús le está ofreciendo. (a lo que Jesús me está ofreciendo)




b. ACTITUD DE LA SAMARITANA: (NUESTRA ACTITUD)



Acercarnos a la actitud concreta de la Samaritana nos puede ayudar también a descubrir cual puede ser nuestra actitud en la relación con Jesús, con Dios.

-Frente a la “humildadde Jesús, la Samaritana manifiesta desconfianza; quizás porque se siente descolocada: “¿como?, o porque no puede aceptar que las cosas no son como tienen que ser… (o que Dios se salga de su imagen, y ace de forma “arbitraria”).

-Frente a la pretensión de Jesús de analizar el tema en profundidad, la Samaritana insiste en mantenerse en lo material y superficial (en lo que ella puede dominar y controlar)…  En  la  auto-justificación  con  la  norma  o  la  tradición  (“¿Eres  tú  más  que nuestro padre Jacob?)

-Sabiendo lo que está en juego (el agua que quita la sed para siempre) la samaritana lo quiere, pero lo sigue interpretando en clave materialista, y su petición es todavía interesada. No es aún una respuesta de fe, sino de búsqueda de misma, de seguir saciando sus necesidades inmediatas y de sus intereses. La mujer aún no es capaz de aceptar su verdad. (Aquí emerge, en cierto sentido, su espíritu y talante religioso: una religiosidad interesada????)

-Cuando mira a su vida presente y pasada, gracias a la intervención de Jesús, reconoce lo que ha sido su vida: una vida en el fondo llena de una sed nunca saciada. Por eso este reconocimiento de su “sed existencial la lleva es ahora ella la que cambia de tema- a otra pregunta que señala su no conseguida búsqueda de Dios….. dónde adorar a Dios. Es decir, ahora sabe que tiene una sed infinita, pero no sabe cómo saciarla.




4. -En el camino Jesús nos va confrontando a enfrentarnos a la verdad del Padre:

a. LA ACTITUD DE JESUS:




En el icono de la Samaritana Jesús parece dejar claras sus intenciones:

-Descubrir cuál es la sed verdadera de la persona, su necesidad principal. Este descubrimiento pasa necesariamente por el reconocimiento de la propia verdad.

-En el proyecto de Jesús de revelarnos al Padre, y de mostrarnos el nuevo camino, Él realiza una revolución total de lo que significa el culto y la religión. Los verdaderos adoradores serán en espíritu y verdad.

b. EL CAMBIO EN LA SAMARITANA



A lo largo de todo el diálogo vamos asistiendo a un cambio y transformación cualitativa en la Samaritana (Cristo hace emerger lo bueno y grande que hay en ella, y que ella misma desconocía):

-     Solo aceptando su verdad y su sed, se plantea la verdad de Dios. Una verdad, sin embargo, que necesita hacer su camino: de la instrumentalización de Dios, de lugares, de tradiciones (un Dios que separa---lugares diferentes de adoración)….

- El reconocer a Dios la lleva a plantearse quién es su Enviado. Ya está preparada para acoger y reconocer a Jesús, que le revelará el verdadero rostro del Padre.

-Este encuentro con la verdad produce su efecto en la mujer: deja el cántaro (la hace libre) y va a anunciar a su pueblo quién es Jesús (se convierte en testigo y apostol).

-Es el testimonio de la mujer el que suscita la fe… pero esa fe también tiene que
crecer y asentarse no en lo que dice la mujer sino en Jesús mismo.




CONCLUSIÓN: PARA MI CUARESMA DE LA VIDA (puntos de reflexión)

-Tú eres el samaritano, la samaritana, a quien Jesús está esperando en el pozo

-Sin duda alguna, Jesús ha desviado su camino para acercarse también a ese pozo”
donde tú te acercas a buscar agua.

-Sería muy importante que cada uno identificase cuál es ese pozo” (sus debilidades, gustos, placeres, insatisfacciones,…) donde se dirige para sacar el agua que al menos momentáneamente- pueda saciar su sed.

-Me invita a traer mi verdad, lo que sacia esa sed, mis esclavitudes o pequeños dioses:
amantes, ordenadores, dinero, placeres, …. ¿Sacia realmente mi sed?

-Reconociendo la “sed insaciada” puedo abrirme a descubrir a un Dios que se me da
como Padre, en espíritu y verdad

-Quién es Dios para mí? ¿Cómo me relaciono con Él? ¿En gratuidad o en búsqueda de algún interés?

-Tú eres ese Jesús” que se compromete a dar de beber a todos los que tienen sed.



  

JESUCRISTO, META DEL ITINERARIO PASCUAL

ICONO DEL BUEN SAMARITANO1








(Lc 10, 25-37)

Muchas  veces  a  Jesucristo  lo  identificamocon  el  buen  samaritano. Por  lo  tanto  la parábola nos invita a ser como el buen samaritano. De esta manera nos configuramos a Cristo sirviendo, ayudando al prójimo. Pero este icono tiene muchos colores y varias figuras. Para terminar de ver en totalidad la figura de Cristo, como nuestra meta del camino pascual, necesariamente tenemos que mirar detenidamente para apreciar este icono en su totalidad.




1. EL FONDO DEL ICONO

En el capítulo anterior, cap. 9 del evangelio de Lucas, Jesús emprende el viaje hacia Jerusalén. Viaje que físicamente llevará a Jesús a la Ciudad Santa, y espiritualmente lo hará madurar más en su opción de Mesías y Salvador.

El fondo del icono del buen samaritano, está pintado de colores serios y a la vez con penumbras.




1.1. El maestro de la Ley

Vemos el maestro de la Ley que se levanta y, para ponerlo a prueba a Jesús, le pregunta:
¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? (10, 25).

La misma pregunta, curiosamente va a aparecer por segunda vez en el cap. 18. Donde uno de los jefes, un joven rico, lo preguntará nuevamente en el camino, ya más cerca de Jerusalén: Maestro bueno que debo hacer para heredar la vida eterna? [Vende todo lo que tienes y sígueme]

Aquí, en nuestro pasaje Jesús pregunta a su vez al maestro de la Ley: ¿qué dicen las
Escrituras. El escriba responde con las palabras de uno de los textos más conocidos y venerados del AT, el shemá: Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.



1 Reflexiones recogidas de la siguente bibliografía: Comentario blico Internacional. Comantario católico y ecunico para el siglo XXI., Publicado bajo la dirección de Wiliam R. Farmer y Armando J. Levoratti, Sea McEvenue, David L. Dungan, Editorial Verbo Divino, Estella 1999; Coemntario al Nuevo Testamento, (Editt. Santiago Guijarro Oporto y Miguel Salvador García), Editoriales: Atenas, PPC, Sigueme, Verbo Divino, 19953; Alessandro PRONZATO, Señor, ¿a quién iremos? Comentarios a los evangelios de Juan y Lucas, Ediciones gueme, Salamanca 2003.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”
(Dt 6,4-5) y añade “y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo”.

Ha contestado bien. Vemos que este hombre sabe, sabe lo que es más importante, el amor. Pero, el “saber” no basta. Sobre todo cuando es un saber que no compromete. Este tipo de saber no interesaba a Jesús. Muchos de sus encuentros, incluso con el joven rico, Él terminaba como cortando: Vende todo y sígueme; obra así y vivirás, coge tu cama y vete, vete y no peques más, etc

El maestro de la Ley, sin embargo se muestra impaciente por cerrar el debate. Parece que le faltase el coraje de terminar teniendo pendiente un compromiso. Cerrar el debate teórico y abrir el capítulo de accn. Tiempo de obras. Seguramente también por eso sigue mantenido el debate teórico. Por eso sigue preguntando: ¿Y quién es mi prójimo?

También esta pregunta es justificable. Es bien puesta, en el sentido de que para los judíos el  prójimo  no  era  la  persona  cualquiera.  Para  un  judío  tradicional  el  prójimo  era solamente un hermano de pueblo, el otro israelita; los demás no eran prójimos. Pero aún dentro del sistema socio-religioso del judsmo, ese próximo debía reunir unas condiciones especiales para poder acercarse a uno, no debía estar impuro legalmente para que no hiciera impuro a nadie.

A Jesús, sin embargo, le interesa solamente que el maestro de la Ley, intérprete bien su
papel activo. “Haz eso y vivirás” Vete y haz tú lo mismo”.




1.2. La importancia del verbo hacer

Lo primero es de notar que la importancia del hacer” nos resalta del papel del escriba. Es él que pregunta. Sin embrago el verbo se le hace fastidioso. Porque el maestro de la Ley en seguida capta la indirecta de Jesús: Sabes de todo, pero hasta que no hayas aprendido a hacer, obrar, tu saber no vale para nada. En otros términos, el conocimiento no es saber, ni siquiera ver, sino actuar.

El conocimiento es inseparable de la praxis.

Alguno ha dicho “yo conozco a una persona cuando la quiero y no cuando todo sobre ella. Yo conozco al otro cuando empeño mi vida por el, cuando me comprometo en su favor.” El pastor conoce sus ovejas porque da la vida por ellas”.

Podemos decir que avanzo en el conocimiento del otro en la medida en que me ocupo de él. Me dejo provocar por sus necesidades, sus exigencias. Cuando aco a favor de él.

De la experiencia de Santa Teresa podemos recordar las palabras del Castillo interior:

Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de   que nazcan siempre obras, obras” 7M 4, 6.

Pero el hacer no es toda la lección de este pasaje. No es el color que prevalece en este icono. Ni mucho menos. Justamente aquí es cuando empieza el relato de un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó.

Se trata de un camino de unos 30 kilómetros con una bajada desde unos 700 metros sobre el nivel del mar hasta unos 250 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo. Camino pasaba por las montañas. Era estrecho y peligroso. Lleno de cuevas donde se podían esconder los ladrones.




2. LOS PERSONAJES PRINCIPALES DEL ICONO

Los personajes fueron cuidadosamente elegidos. Primero son


2.1. El sacerdote y el levita: El predomino de formalismo a la misericordia

El sacerdote y el levita son los dos personajes que primero pasan por delante del judío apaleado y lo ignoran siguiendo su camino; a Jerusalén.

-    “Bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo.”
-    “Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo.”

Con aquellos dos personajes Jesús implícitamente quiere advertir que no hay que seguir ni al sacerdote ni al levita que pretenden presentar la imagen de Dios invisible, en el templo, haciéndose ellos, a su vez, invisibles cuando se trata de pararse, de modificar su programa religioso.

Es inútil seguirles porque no tienen nada de decir de parte de Dios, aunque presuman de poseer una especie de exclusiva de la verdad. Es mucho mejor acudir al hereje”, al samaritano.

Normalmente pensamos que esa actitud se debía a una falta de compasión. Una falta de estremecimiento del corazón. EL sacerdote y el levita tenían, por decir así, hormiguero en la cabeza, pero sin conexión con el corazón. No se dio en su interior esa conexión entre el cerebro y el corazón, que les empujaría a la acción.

Pero hay también otra explicación de su comportamiento y en consecuencia otra lección para nosotros, que va todavía más allá.

Es muy probable que ambos fueran rumbo a Jerusalén a oficiar en el Templo, por su parte la ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche y obviamente alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos.

Es por eso que el simbolismo del sacerdote y el levita no es solamente de impiedad ni de crueldad, a lo mejor ni mucho menos. Sino de anteponer formalismos rituales a la misericordia y el perdón.

La imagen de la balanza (entre) el esritu y la letra es uno de los pilares de la enseñanza de Jesús y también del  Antiguo Testamento: misericordia quiero y no sacrificios (Os:
6,6).




2.2. El agredido y el samaritano: la importancia del corazón

El hombre asaltado y golpeado es un judío, y mientras que quien ofrece ayuda gratuita es un samaritano. Entre estos dos grupos existía una intensa hostilidad racial. El autor del libro  de Eclesiástico, judío Ben  Sirá, el hombre  culto y de mucha experiencia, y conocedor, por sus viajes, de diversos pueblos y culturas describe a los samaritanos como el pueblo necio, estúpido” a quien “su alma detesta (Eclo 50, 25-26). Se sabe incluso  que  a  los  judíos les estaba prohibido p.ej. decir amén al final de la oración presentada por un samaritano.

Había también opiniones contrarias entre los judíos; algunos pensaban que los samaritanos debían ser tratados como israelitas.

En ambos casos, durante la vida de Jesús, los samaritanos eran considerados “extraños”.

Y de hecho al final de la parábola el maestro de la Ley ni se atreve pronunciar el nombre del hombre que trató con misericordia al asaltado.

Más importante que los pensamientos sabios y las argumentaciones elaboradas por la mente es la sacudida de las entrañas. La razón es la del corazón. El intelectual se salva solamente cuando arriesga su corazón. Si no tiene miedo de amar. Cuando baja de la cátedra y se mancha las manos. Cuando siente todavía un estremecimiento del corazón. Porque el conocimiento de Dios pasa necesariamente por conocimiento del hombre. Dicho  en  otras  palabras:  lo  quDios  nos  pide  –según  Jesús-  no  es  que  seamos “religiosos”, sino que seamos “humanos”, viviendo la compasión hacia los otros.

“Un soldado, pidió al sargento permiso, para ir a buscar a su compañero que no había regresado  a la base; el permiso fue denegado, sin embargo el soldado desobedeciendo fue de todos modos y al cabo de unos días, regresó con el compañero muerto; esto hizo enojar mucho a su superior... Te dije que estaba muerto y ahora tú estás herido, pero el soldado respondió: Cuando lo encontré aún estaba con vida y me dijo: Yo sabía que vendrías por mí.”




La lección que podemos sacar de este fragmento de la parábola es que precisamente ese
“extraño”, el samaritano da pruebas de ser prójimo. El samaritano es el prójimo del maestro  de  la  Ley.  ¡Un  samaritano  es  mi  prójimo!  Y  yo  estoy  invitado  a  ser  un samaritano.

3. OTRAS CARAS EN EL ICONO

3.1. En la cara del samaritano

La tradición ha visto en la cara del samaritano la cara de Jesús.

Sencillamente basta recordar el pasaje del lavatorio de los pies para tomar conciencia de similitudes en la postura de Jesús y el buen samaritano:

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.  Y cuando cenaban, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó.  5 Después echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos, y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido J 13, 1-9.

Sin duda la parábola del buen samaritano habla de Jesús mismo. No es necesario mirar mucho tiempo para reconocer de quien es la cara. Jesús es el buen samaritano, que sin conocer, sin poder esperar algo de éste despojado, se acercó a vendar sus heridas.

¿Acaso no se acercó Cristo a tu vida cuando estabas maltratado y alejado de Dios? ¿No vendó Cristo tus heridas? ¿No te puso aceite y vino? ¿Figuras del Espíritu Santo y sangre derramada? ¿No pasaste por la cabalgadura de la cruz y luego te llevó al mesón, que es figura del trono de Dios?

Jesús vino a cumplir con la ley y los profetas (sacerdotes y levitas) pero vino a superar a ambos por el camino de la misericordia y el amor, porque lo que no hicieron ellos Él lo consigu y a través de Él, el hombre es salvo.




3.2. En la cara del agredido

En una capilla en Vaticano, decorada por el jesuita esloveno Marco Ivan Rupnik, profesor de la espiritualidad oriental, encontramos en una de las paredes dedicada a la ascensión y Pentecostés, el icono del buen samaritano. El Espíritu Santo que ha salido de Dios en el símbolo de un torbellino penetra todas las cosas en el mundo y regresa a Dios bajo forma del amor fraterno. Es la representación de la divinización del hombre.

Vemos aquí buen samaritano. Mirando detenidamente vemos que el Samaritano tiene el mismo rostro del herido. Solamente visto desde dos ángulos diversos y con un diverso peinado.

Una única  aureola  ilumina a ambos para que se perciba que se trata de una única persona. Cristo es el buen Samaritano que ha venido a curarnos. Pero también Cristo es el agredido, apaleado, herido que nos enseña a recibir ayuda. A dejarse curar, vendar las heridas, a dejarse tocar, dejarse atender. La dinámica del verdadero amor consiste en el

doble movimiento: dar y recibir. Nosotros podemos amar después de ser amados, curar después de haber sido curados.

“¿Sabes recibir el amor?

¡es tan raro el equilibrio entre dar y recibir!
Hay personas absolutamente incapaces de recibir el amor.

Hay otras que filtran el amor recibido, según su modo de ser, reduciendo o ampliando el afecto que recibe a través de sus lentes
(existenciales) de aumento o disminución.



Hay, tambn, las personas que no darán (amor) jamás, pues sólo saben recibirlo.

Y hay aquellas otras que quieren y necesitan recibirlo, pero no sabe qué hacer cuando (y cuanto) lo reciben.

¿Qué vald un amor mayor que el mundo, si el modo de recibirlo es pequeño?

Saber recibirlo, aunque parezca pasivo, pero es activo.

Saber recibir es tan amar cuanto dar amor. Recibir amor es tan difícil cuanto amar!

Es que amar [a veces] desobliga, y recibir amor parece que prende las personas, las aprisiona, cuando debería ser exactamente lo contrario, pues saber recibir es tan grandioso y difícil cuanto saber darlo2

Para entender mejor el icono de la experiencia plena del amor volvemos a nuestro pasaje del lavatorio de los pies del evangelista Juan:

“Antes de la fiesta de Pascua, como Jesús había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin…. 6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?  7 Respond Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.  8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás nada que ver conmigo.  9 Le dijo Sin Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.” J 13, 1-9.

Podemos también recordar la experiencia de nuestra Santa Teresa. En su autobiografía recuerda que la experiencia del recibir fue prácticamente el detonando en su proceso de
la conversión:




¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo pod encarecer las mercedes que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo por medio que para podía ser, como quien bien entendía lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigabais mis delitos. V 7, 19.

Por mucho tiempo Teresa de Jesús se niega a recibir, sintiéndose culpable y en realidad indigna de lo que se le ofrece. Pero después de una confesión se deja invadir por el Señor,  totalmente.  Yno  se defiende,  ya  le  confía plenamente.  Empieza  la  relación profunda.

Estuve  así  casi  dos  meses,  haciendo  todo  mi poder en  resistir  los  regalos  y mercedes de Dios…. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su Majestad. Porque antes me parecía que para darme regalos en la oración era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba bullir. Después vi lo poco que hacía al caso; porque cuando más procuraba divertirme [distraerme] (4), más me cubría el Señor de aquella suavidad y gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte poa huir, y así era. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traía mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese no era más en mi mano (5). Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad. Comenzóse a asentar la oración como edificio que ya llevaba cimiento…” V 24, 1-
2.
   

Conclusión

En el icono del buen samaritano se nos presenta a Jesús-Amor. Amor que en el fondo, pasando por medio de los personajes principales y hasta en lo que se pueda intuir en lo más allá de una imagen, siempre está presente. Es un Amor que invita, empuja a actuar.

Es un Amor que estremece el corazón. Que es más fuerte que puros razonamientos y no se dobla delante de las exigencias de la ley.

Y por fin es un amor que pasa más allá de nuestra realidad.

Jesucristo reflejado en la totalidad del Amor en ese icono, se vuelve para nosotros la meta, la plenitud del nuestro camino.




RETIRO CUARESMAL 2013

Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2013
Viernes 1 de febrero de 2013
845
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16)
Queridos hermanos y hermanas:La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la Fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.
1. La fe como respuesta al amor de Dios
En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» {1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento'', sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» [Deus cantas est, 1). La fe constituye la adhesión personal –que incluye todas nuestras facultades– a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor.
Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por "concluido" y completado» {ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a).
El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor –«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14) –, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).
2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad.Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12). La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista. La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.
En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Le 10,38-42).
La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Cantas en veritate, 8).
En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto –indispensable– con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10).
Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente.
La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.
4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).
La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud.
Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).
La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela germina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de Cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
Vaticano, 15 de octubre de 2012